miércoles, 14 de diciembre de 2016

El Viejo Mouse Empolvado

Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla.
Jeremías 18:4

Siempre he pensado que Dios se encuentra en todos lados: en lo alto, en lo profundo, en lo sublime, en lo angustioso, en lo peligroso, en lo bajo, en lo preciso, en lo abstracto, en el sentido común, en la ciencia, en las matemáticas, en los siglos, en fin, en todo.

No recuerdo desde cuando el mouse se encontraba en el borde de la mesa de la computadora.  Quizás unos cuatro o cinco años que no lo usaba.  El paso del tiempo había dejado huellas sobre él, porque noté que estaba sucio, descuidado y lleno de polvo, pero esta vez, para hacer mi trabajo, yo necesitaba un mouse en cualquier estado.

Cuando lo conecté a la computadora, tímidamente se encendieron sus olvidados circuitos internos. Al cabo de unos dos segundos, trabajaba como si lo acabara de adquirir en una tienda, es decir, como nuevo.  De ahora en adelante, me sentía motivado a limpiar ese mouse, a quitarle el polvo y a continuar usándolo en mis quehaceres diarios porque después de tanto tiempo, me era de gran utilidad.

Este episodio con mi viejo mouse me llevó a pensar en Dios.  Fue inevitable. El Señor nos cambia, nos recoge y nos limpia.  Aunque estuviéramos en el rincón más profundo de la tierra llenándonos de polvo y mugre, él nos pone a funcionar. Nos conecta con su ser y nos hace útiles para la vida.  Ese es nuestro gran Dios, esto hace Jesús con todo aquel que atiende a su llamado: lo pone a funcionar y a ser útil para salvación y restauración de la humanidad.

No debes hacer nada extraordinario para captar la atención de Dios, porque él te ama.  Está  pendiente a su llamado, escucha su voz y síguelo.  Él se encarga del resto.

Que Dios te bendiga abundantemente.

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